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Las lluvias de Díaz

“(…) Y así habló, y así habló; el Lord de Castamere. Pero ahora lluvias lloran en su salón con nadie que las escuche. Sí, ahora lluvias lloran en su salón y ni un alma las oye.”


¡Quién diría que esta canción habla de aquel lord de Castamere encerrado en su castillo y no de aquella pobre Fashionaria, encerrada en una sede, cada vez más llena de los fantasmas de los compañeros a los que eliminó! Y es que, del mismo modo que Tywin Lannister, que bien podría estar inspirado en nuestro presidente del Gobierno, cerraría las puertas de Castamere para ahogar a todos sus habitantes dentro; cualquiera diría que es Sánchez quien cierra, poco a poco, los visos de futuro de las ambiciones políticas de su delfina.

No hay elección desde que abandonó su puesto aquel magnánimo predicador de teletienda ataviado con coleta en que los proyectos buenistas, rosas y morados, no hayan experimentado una sangría, lenta y dolorosa. Seis diputados en Andalucía o Cataluña, uno en Euskadi, cero en Galicia, tierra natal de quien escribe y de la mujer que antes de subir al atril del hemiciclo o del mitin se asegura de echarle cuatro terrones de azúcar al café, a ver si con ese lenguaje de carmelita descalza consigue convencer a alguno de los pocos que aún la escuchan cuando habla.

Yolanda Díaz, esa mujer que, quizás por profeta en su tierra, lleva cosechando derrotas magistrales en ella cada vez que se presenta, no es sino la suma de muchos clichés estereotipados. Es esa nueva rica que pretende acercarse a la ciudadanía en un spot electoral mientras plancha una camisa. Los gallegos la recuerdan, en un extremo del Parlamento autonómico aplaudiendo al líder independentista Beiras (el mismo que, no tantos años atrás, golpeaba el escaño con su zapato en una apología de Jrushchov), siendo una parodia de lo que hoy ella misma es.

Yolanda Díaz es esa mujer que llegó a Madrid como la “cuota gallega” de Podemos tras las elecciones de diciembre de 2015 y que, con la catarsis electoral de 2019, fue seleccionada por el macho alfa de la bancada morada como la encargada de dirigir el Ministerio de Trabajo, compartiendo hueco en el Consejo de Ministros con la Suprema Coleta, la pareja del susodicho vicepresidente, la versión española de la niña de la curva… entre otros. Hoy, solamente queda ella, pues el resto, del mismo modo que el tiempo elimina los recuerdos, han sido eliminados del Consejo de Ministros. Solamente ella, junto con cuatro o cinco desafortunadas almas más, persisten en su puesto desde que el Fraudillo es Presidente.

Pero, sin embargo, a pesar de ser cada vez más poderosa, el reguero de “cadáveres políticos” que ha ido dejando a sus espaldas es verdaderamente admirable. El propio Pablo Iglesias reconoció que se arrepentía de haberle dado tanto poder en una entrevista; y es que la ambición de Yolanda es infinita, como la del líder del gobierno, ese al que de momento dice servir. Ella, la Fashionaria, sin embargo, cada vez se queda más sola, pues Podemos y Sumar ya no suman, sino restan; y los cada vez más exiguos resultados electorales no hacen sino agravar esa decadencia, lenta y dolorosa, de la izquierda caviar patria.

Las elecciones del 9 de junio se plantean casi como un todo o nada para esta mujer que, ante la posibilidad de verse condenada a la cada vez más evidente irrelevancia, se aferra a su escaño y su asiento en el Palacio de la Moncloa. ¿Cuál será el próximo objetivo, ahora que ya ha conseguido el control de una maraña de siglas enfrentadas entre sí? Si, como decía Petyr Baelish, el caos es una escalera, cualquiera diría que Yolanda Díaz se encuentra tambaleante, con riesgo de caerse a lo más profundo del foso de profundo fondo del cementerio de políticos irrelevantes.

Y, en ese momento dichoso en que caiga… Pablo Iglesias, como Tywin Lannister, reirá.

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